sábado, 23 de junio de 2007

Capítulo 37 - Ocaso

(La cabina; por las ventanas de popa; Ajab sentado solo y observando hacia el exterior)

Dejo una estela túrbida y blanca; pálidas aguas, aún más pálidas mejillas, dondequiera que navego. Las envidiosas olas se abultan a los lados para sumergir mi rastro; que lo hagan; pero antes, yo paso.

Allá a lo lejos, en el borde de la copa que siempre rebosa, las cálidas olas se sonrojan como el vino. La frente de oro sonde el azul. El sol cae hacia el agua -ha ido cayendo lentamente desde el mediodía-, se hunde...

¡Ah!, hubo un tiempo en el que el amanecer me estimulaba noblemente, lo mismo que el anochecer me sosegaba. Ya no, esa deliciosa luz, a mí no me ilumina; todo deleite es angustia para mí, pues disfrutar nunca puedo. Agraciado con la excelsa percepción, carezco de la bajeza de la capacidad de disfrute; ¡condenado de la manera más sutil y maligna! ¡Condenado en medio del paraíso! !Buenas Noches... buenas noches!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tienes golpes escondidos... si señor ;)

 
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